martes, 14 de julio de 2015

SHOÁ. LA FUNCIÓN DE LA TERCERA GENERACÓN

 TERCERA GENERACION. NIETOS DE SOBREVIVIENTES DE LA SHOÁ


Luego de la Shoá, los sobrevivientes buscaron refugio para rearmar sus vidas en Israel, Estados Unidos y otros lugares de Latinoamérica. Sus hijos crecieron bajo la sombra del fantasma del horror vivido por sus padres.
Buenos Aires como destino -que era pensado como un sitio lleno de prostíbulos y delincuencia- contaba con una expresa prohibición para el ingreso de judíos, pero permitía el ingreso de nazis (Wang, 2003).

Resulta difícil conocer la cantidad exacta de judíos ingresados a nuestro país entre 1945 y 1950. Muchos lo hicieron ilegalmente, otros optaron por el ocultamiento de su identidad, mientras que otros la asumieron activamente (Wang, 2003). 

 La tarea de completar lo suspendido
La imposibilidad de realizar un duelo y de revertir la vergüenza, la humillación, el desvalimiento y la deshumanización que generan las situaciones traumáticas, obliga a las generaciones siguientes a completar las tareas que quedaron inconclusas (Volkan, 2008, citado en Cohn, 2009).
Conforme pase el tiempo del evento traumático habrá más posibilidad de desplazar el dolor hacia el pasado y trabajar más simbólicamente. En el caso de la Shoá, sus efectos pueden perdurar por generaciones, no tienen límite de tiempo, y sus huellas pueden llegar a suspender el significado de una historia al comprometer su identidad (Altmann, 2000; Gampel, 2006; citados en Cohn, 2009).
Se ha mencionado la existencia de sistemas simbólicos que anteceden al individuo, ese conjunto de representaciones que marcan su procedencia, pertenencia y que influyen en la configuración de su identidad (Nayrou, 2008, citado en Cohn, 2009).
Aunque exista el intento de suprimirlo, algo del acontecimiento traumático que tuvo lugar en un lejano pasado sigue presente, y con la potencia de irrumpir en la actualidad de otras generaciones (Rozenbaum, 2008, citado en Cohn, 2009).
La temporalidad en la transmisión de estos eventos es discontinua, es decir se conserva dejando huellas de generación en generación, hasta que un descendiente logre procesar lo traumático de su pasado, resignificándolo –Aprés Coup- para construir su identidad reconociéndose como sujeto en esta trama (Kaës, 1991, 1996; citado en Cohn, 2009).
La falta de inscripción psíquica en la primera generación se ha perpetuado a través de las generaciones, desafiando el paso del tiempo. Durante varias de ellas pueden
seguir transfiriéndose los recuerdos comunes de un pasado tenebroso (Rozenbaum, 1998;
Volkan, 2008; citados en Cohn, 2009).
La cultura familiar, con sus verdades y saberes, deudas y legados, posibles e imposibles, se transmite de manera tal que mantiene la voz de las generaciones anteriores. El sujeto deberá apropiarse de esa cultura e imprimirle a ese bagaje un sello singular; buscará un propio sentido, desde lo inteligible de la propia prehistoria que le han transmitido (Gomel, 1997, citado en Cohn, 2009).
La segunda generación estuvo abocada a cargar con el dolor del silencio de sus padres sobrevivientes, y muchas veces ocupando los espacios vacíos de familiares perdidos. Le cabe a esta tercera, iniciar un trabajo de reconstrucción (Goldstein (2006, citado en Cohn, 2009).
El sujeto de la tercera generación deberá recuperar la capacidad simbólica; es decir, otorgar significado a lo renegado de su historia antepasada, y así evitar que lo rechazado se personifique en el cuerpo de esta generación (Gomel, 2007, citado en Cohn, 2009).
Las identificaciones inconscientes se transmiten y encadenan por varias generaciones, de modo que lo que queda obturado en un antecesor, puede transmitirse al psiquismo de las generaciones de hijos y nietos (Rozenbaum, 1998; Viñar, 2008; citados en Cohn, 2009).
Cuando lo innombrable y silenciado durante años puede ser nombrado en la segunda generación, es posible un cambio en la generación de los nietos (Theux-Bauer, 1991, citado en Cohn, 2009).
El legado psíquico transmitido de una generación a otra garantiza la conservación de las adquisiciones, así como de aquellas cuestiones no resueltas –suspendidas en el
inconsciente- por los padres o antecesores; lo cual supone un trabajo de introyección y elaboración para los descendientes (Tisseron, 1997, citado en Cohn, 2009).
Los sujetos de la tercera generación se verán en la tarea de elaborar lo que quedó en suspenso y establecer modalidades de transformación más adaptadas, que posibiliten experimentar nuevos modos de transmisión. De no ocurrir, seguirá transfiriéndose el legado a las siguientes generaciones (André-Fustier y Aubertel, 1998, citados en Cohn, 2009).

Reconstrucción simbólica
En 2006, Blum señalaba que cuando las experiencias traumáticas se experimentaron por todo un grupo familiar y un entorno más amplio, se incrementan sus repercusiones. En este sentido, es la identidad familiar la afectada, y en estos casos de sobrevivientes se transmite una “mancha familiar” avergonzante a sus generaciones siguientes (Eiguer, 2008, citado en Cohn, 2009).
Vale decir, quedarán ocultas y sepultadas gran parte de las vivencias innombrables, conformando “secretos familiares” a los que los descendientes deberán acomodarse (Tisseron, 1997, citado en Cohn, 2009).
Rozenbaum (2008, citado en Cohn, 2009) señala que los descendientes de la primera generación deben poder “traicionar” el legado familiar heredado para traducir y reescribir su propia historia; es decir, crear algo nuevo a partir de lo viejo pero a su modo.
El importante rol de los abuelos en el desarrollo psíquico de sus descendientes conforma un tesoro de significantes (Rozenbaum, 1998; Viñar, 2008; citados en Cohn, 2009).
El nombre propio escogido para el sujeto, ya desde antes de su nacimiento,
formaliza un lugar para él -se lo reconoce- en la trama familiar. El niño ya “es” en el sistema simbólico familiar a través de un nombre propio. Dicho esto, cabe mencionar que muchos nietos llevan el nombre de sus abuelos asesinados en los campos de exterminio –y también de sobrevivientes-, y estos nombres actualizan y entreabren escenarios fantasmáticos pretéritos. Además, pudo observarse una reiteración monótona de nombres y apodos por generaciones, indicando en la perpetuidad la presencia de objetos muertos-vivos (Gomel, 1997, citado en Cohn, 2009).
Dicha nominación conlleva, por un lado la identificación del nieto con su abuelo asesinado, y por el otro, un recurso reparador que intenta dar continuidad y memoria a los muertos en la tradición familiar (Gampel, 2006, citado en Cohn, 2009).
Es preciso recordar que la Shoá fue un acontecimiento indecible para la primera generación, por lo que en la segunda sus descendientes se vieron presos del silencio, de lo  innombrable; ambas estaban dificultadas en representar verbalmente lo siniestro acontecido. Para la tercera generación, en tanto, estamos en el plano de lo impensable, se intuye “algo extraño” que irrumpe y acapara. Los nietos perciben sensaciones, emociones e imágenes bizarras que no explican la vida psíquica de su familia ni la propia (Tisseron, 1997, citado en Cohn, 2009).
En 1992, Gampel presenta el concepto de “identificación radiactiva” para describir lo que ocurre en la tercera generación. Se sabe que la radiactividad no se siente, pero que si está presente penetra y daña al sujeto sin que éste tenga conciencia del hecho (Cohn, 2009).
Esta metáfora de la identificación radiactiva propuesta por Gampel (2006, citado en Cohn, 2009) resulta de su trabajo clínico con hijos y nietos de sobrevivientes de la Shoá durante treinta años. Observó que sus repercusiones atraviesan varias generaciones, y que en las más actuales los efectos podrían denominarse “restos radiactivos” que conectan el pasado con el presente.
Los “fenómenos residuales” o “residuos radiactivos”, implican una imposibilidad de simbolización que genera confusión psíquica o repercusión somática en el sujeto (Freud, 1937; Gampel, 2006; citados en Cohn, 2009).
Los residuos radiactivos se transmiten de la primera generación a la segunda, de la segunda a tercera, entorpeciendo la capacidad de simbolización. Los mismos contienen elementos horribles, violentos y destructivos que se enquistan en el sujeto sin que pueda dar cuenta de ellos sino por vía de la intuición (Gampel, 2006, citado en Cohn, 2009).
Este fenómeno inconsciente e imprevisible se hereda sin asimilar, y en la tercera generación se introyecta y se repite en forma de síntoma.  Es decir, lo innombrable de los abuelos se manifiesta en los nietos a través de síntomas, los cuales son atribuidos generalmente a eventos actuales y no a las huellas transgeneracionales de la Shoá (Gampel, 2006, citado en Cohn, 2009).
La tarea de reconstrucción puesta en marcha por la tercera generación habilita a los de la primera a salir del encierro de lo innombrable, se los estimula a rememorar y a contar sus vivencias para poder darles una representación.
Esta generación es la encargada de reclamar e interpelar a sus abuelos y de romper el silencio compartido con la segunda generación. Podemos pensar, entonces, en el aspecto diferenciado del vinculo padre-hijo, abuelo-nieto. En la primera, es un vínculo donde la agresividad está presente –Complejo de Edipo-; en la segunda, la ternura sustituye la agresividad. En consecuencia, está más facilitado asumir y sobre todo simbolizar que el Sujeto –nieto- es parte de una madeja histórica familiar y puede operar con esta
transmisión sin que se materialice lo siniestro; presente en la generación anterior.
Lo que la segunda generación no se atrevía a preguntar ahora es investigado por la tercera, que habilita a la segunda a escuchar e interrogar sobre lo enigmático. De modo que la representación simbólica en esta instancia es reparatoria para las tres generaciones (Zytner; 1999, 2002; citado en Cohn, 2009).
La tercera generación tiene la tarea de ligar y conectar las dificultades de la primera y de la segunda generación para favorecer la continuidad generacional, por lo que podría considerársela como la generación bisagra. El sujeto realiza una adquisición de lo heredado de manera activa –apropiación activa- (Kaës, 1996; Freud, 1913; citados en Cohn, 2009).
La tercera generación, entonces, es el punto de partida que permite un  cambio transgeneracional, a través de la traducción de lo horrorizante para la primera generación a un código pensable (Williamson y Bray, 1991; Bondnar y Zytner, 2000; citados en Cohn, 2009).

Construcción desde la prehistoria familiar
Los secretos, fantasmas y criptas son construcciones transgeneracionales típicas de la segunda generación, que necesitan ser interpretables a través de una resignificación de lo que ha quedado renegado pero permanece repetitivo y actuante entre las diversas generaciones (Baranes, 1991, citado en Cohn, 2009).
La continuidad y coherencia de un pensamiento en situaciones traumáticas se mantienen o reestablecen a través de construcciones. Por ello, no sirve la sola recuperación de lo acontecido en la historia, sino que es necesaria la conducción hacia la construcción. Esta permitiría cortar la cadena destructiva de la transmisión transgeneracional, sustituyéndola por modos más constructivos de adaptación y relación (Rousillon, 1991; Rozenbaum, 2008; Haesler, 1992; citados en Cohn, 2009).
La construcción conforma una labor preliminar que se le presenta al paciente como una pieza de su prehistoria olvidada. En este sentido, el origen no se trata de representar sino de ser re-escrito, recreado. Es decir, el sujeto sólo puede apropiarse de algo que lo re-presente, que se instale en su pre-historia para re-construir la propia (Freud, 1937; Roussillon, 1991; citados en Cohn, 2009).
Ponce De León (2000, citado en Cohn, 2009) sostiene que en la construcción de un pasado se debe trabajar desde la temporalidad en retroacción y en prospección, historizando identificaciones alienantes que podrían ser desplegadas en la escena actual.
Blum (2006, citado en Cohn, 2009) apunta que ese pasado se presenta en la actualidad de manera distinta a cómo se lo vivenció y registró originalmente. La reconstrucción debe considerar los cambios evolutivos, socioculturales y temporales.
Kaplan (2007, citado en Cohn, 2009) señala que la situación traumática extrema daña la función psíquica de la memoria relacionada con el tiempo y el concepto del tiempo; por lo que la experimentación del acontecimiento traumático parecería no haber sucedido tiempo atrás, sino que se repitiera día a día -reexperimentación-.
La intrusión imagoica y la presencia de decepciones históricas transgeneracionales dan cuenta de traumatismos de la prehistoria familiar que se repiten en una situación traumática actual (Ciccone, 1998, citado en Cohn, 2009).
La huella transgeneracional causa un sufrimiento incomprensible cuando no pudo ser inscripta en el pasado (Rosmaryn, 2000, citado en Cohn, 2009).
La reconstrucción supone una nueva integración de recuerdos disociados,
fragmentarios o perdidos, a fin de remediar la desorientación del yo, su confusión y fijación a la situación traumática (Blum, 2006, citado en Cohn, 2009).
Se necesita una construcción-reconstrucción permanente del pasado vivido para que el sujeto se oriente y pueda investir su presente libidinalmente; a diferencia de la primera generación, en la cual las investiduras eran melancólicas (Castoriadis-Aulagnier, 1991, citado en Cohn, 2009).
Las situaciones traumáticas colectivas encuentran nuevas significaciones con la construcción de una memoria histórica, conformada por la respuesta colectiva de la gente. Es decir, la sociedad instituye modalidades de protección y olvido colectivo, como puede evidenciarse en fechas patrias, monumentos y conmemoraciones (Kordon y Edelman, 2002; Puget, 2000; citados en Cohn, 2009).
En este sentido, el trabajo de comprender e historizar que tiene la tercera generación permite la construcción de la memoria histórica, a fin de que resulte imposible la repetición del despliegue de la potencialidad destructiva del ser humano observada en la Shoá (Puget,
2000; Rosmaryn, 2000; Kijak, 2005; citados en Cohn, 2009).

Referencias Bibliográficas

Cohn Rybak, R. (2009). Un tatuaje invisible. Abordaje psicoanalítico acerca de las huellas transgeneracionales de la Shoá en el psiquismo. Memoria de Grado. UCUY: Dámaso Antonio Larrañaga. Montevideo, Uruguay.
Wang, D. (2003). Sobrevivientes de la Shoá en Argentina. Silencio y Palabras. Versión en castellano del texto publicado en “Jewish Renaissance. Summer 2003, Julio 2003, Londres comoSilence an Speech, Holocaust Survivors in Argentina”.  Recuperado de: http://www.generaciones-shoa.org.ar/espanol/textos/textos_sobrevvientes.htm