Ya visibilizamos cómo funciona el ciclo del abuso narcisista. La víctima se hizo adicta a su verdugo, no puede salir de la relación a pesar del alto grado de padecimiento; una vez más el narcisista la seduce, la vuelve a idealizar y genera escenarios que propician la “adicción a la ilusión” (momentos maravillosos, encuentros con el otro que hacen pensar que la relación va a prosperar del modo en que soñamos para nuestra vida convencidos de que un día nos despertaremos con ese que elegimos en la primera fase del bombardeo amoroso).
Sin embargo, tarde o temprano vuelven a aparecer el Gaslighting, la Triangulación, la Ley del Hielo, el Hombro Frío y la Devaluación. Nos encontraremos una vez más llorando en la ducha, preguntándonos por qué vuelve a pasar algo que te prometió no se iba a repetir nunca más. Así que la mejor frase que podemos regalarles es: “Hay que saber retirarse a tiempo”. Y nunca subestimen semejante virtud.
Lo cierto es que la adicción ya está instalada, la química del cerebro está jugando una mala pasada porque se trata de la misma lucha del alcohólico que está ansioso por tomar “esa” copa.
¡¡¡Pero la buena noticia es que estas relaciones pueden tener un final feliz!!!
EL final.
Salir de este tipo de vínculos puede ser un proceso lento y en etapas que quite horas y horas de sueño. Todo, siempre y cuando se haya decidido por la opción SALIDA. Porque sabemos que también se puede pasar la vida entera en una relación insatisfactoria, de esas que hacen doler el cuerpo, asquean, repugnan y atrapa todo en uno. Y hace tiempo nos dimos cuenta que el Shampoo 2 en 1 no limpia ni desenreda.
La disonancia cognitiva puede tener consecuencias muy serias: Puede provocar tanto enfermedades físicas como emocionales. Hace que nos sintamos ansiosos, deprimidos y estresados. Y si no comprendemos este tipo de vincularidad, es porque todavía estamos en un abismo.
Algunos ejemplos de Adicción a la Ilusión para poder detectar este patrón tan siniestro y transformar el abismo en un precipicio:
1. El primer ejemplo lo vemos con sostener este vínculo en pos de un proyecto que soñamos para nuestro futuro. Nos imaginamos que por nuestro amor la persona va a cambiar. Como no aceptamos nuestro presente, somos capaces de visualizar un futuro maravilloso, lejos de todo lo que nos hace ser quienes somos. Nos vemos sonriendo, corriendo por la pradera tomaditos de la mano con la panza de embarazada.
La única manera de construir un futuro feliz, es siendo cada día feliz.
2. Amamos ir por la vida con el título de “salvavidas”, nosotros pensamos que un salvavidas es algo redondo con agujero. Como salvar… salva. Ojo, que en esta batalla tarde o temprano, terminás siendo un problema más entre los otros que ya hay. Bien sabemos que soldado que huye, es el que realmente sirve para otra batalla.
3. El miedo a la soledad nos lleva a otro viejo y conocido autoengaño: Surge la fantasía de que no vamos a tener con quién contar en los momentos en que nos sintamos angustiados o cuando pase algo. Por este autoengaño se paga un precio muy alto. Y se paga con el cuerpo.
4. La idea de que el otro nos va a completar es otra de las ilusiones que nos hacemos. Pero en algunos casos logramos la completitud, llenamos todos nuestros espacios pensando en esa persona, llamándola, mirando su facebook. ¿Cuántas horas al día podemos pasar mirando su Instagram, entrando en WhatsApp, mirando fijas las dos rayitas como si fueran a ponerse azules por hipnosis? ¿O siendo detectives profesionales debido a la triangulación a la que estamos sometidos?
¿Y qué hacemos ahora?
Es fundamental recuperar las riendas de la propia vida. Dejar de ceder el poder a otros. Fijar nuevos objetivos. Te aseguramos que si movés algo, el resto no tiene más que acomodarse. Como una vez oímos decir “De un laberinto, se sale por arriba”.
El primer paso es reconocer que tenemos un problema y que no podemos solos con esto: Admitimos que éramos impotentes ante nuestra adicción, que nuestra vida se había vuelto ingobernable.
El Primer paso, es el comienzo del proceso de recuperación. El alivio empieza aquí; reconocemos que tenemos un problema. Y que no podemos solos.
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