La devastación que se sufre durante el ciclo del abuso narcisista es fulminante. Las víctimas quedan en estado de agonía, se enferman y terminan destruidas a nivel emocional. Tienen la autoestima aplastada y necesitan tiempo para sanar con el contacto cero y la ayuda profesional adecuada. Durante la recuperación lograrán sobreponerse y construir una vida con vínculos sanos, aprendiendo a poner límites y convirtiéndose en personas mucho más fuertes, íntegras y auténticas. Volviéndose in-manipulable , con valores diferentes a los que tenían antes del paso del psicópata por sus vidas. Así se convertirán en resilientes.
La búsqueda de sentido existencial, aún en las peores circunstancias, es siempre posible. Frankl pudo observar que cualquier hombre tenía la fuerza, incluso en los peores escenarios, de decidir lo que sería de él –mental y espiritualmente-, pues aún en un campo de concentración podía conservar su dignidad.
En palabras de Frankl, aún en terribles circunstancias físicas y psíquicas “el hombre puede conservar un vestigio de la libertad espiritual”, a través de la cual siempre podrá ejercer la última de sus libertades: “La elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias para decidir su propio camino”. La resiliencia es un concepto que en física designa la capacidad de un cuerpo para resistir una fuerza y fue tomado por las ciencias sociales para definir el poder de las personas para sobreponerse a la adversidad -resistir- y desarrollarse positivamente -rehacerse-.
La forma en que se percibe al ser humano se ha modificado con las investigaciones sobre la resiliencia: de un modelo de riesgo basado en las necesidades y la enfermedad, se ha pasado a un modelo de prevención y promoción basado en las potencialidades y recursos propios del sujeto a su alcance. Pensar en resiliencia, como señala Emiliano Galende, “es pensar a un individuo no como víctima pasiva de sus circunstancias; sino como sujeto activo de su experiencia”. Resiliencia implica volver a la vida a pesar de la herida.
Es decir, en el abordaje se plantea tanto el por qué del desarrollo de una enfermedad como el por qué de su no-desarrollo frente a iguales circunstancias externas. He aquí el rol protagónico de un ser humano que da una respuesta.
La resiliencia es un proceso en el que el sujeto teje una trama entre la parte “sana” de sí mismo y el entorno social. Cuando hay una dificultad el entorno, puede o no, ayudar a “curar la herida”.
La persona resiliente adquiere recursos internos desde sus primeros meses de vida ante las agresiones, heridas y carencias que va experimentando; en ese recorrido importa el significado que le da a estas y la posibilidad de poder hablar de ellas. Es decir, esta capacidad se crea en función del temperamento individual y del tipo de sostén social del que dispone.
Si concebimos la resiliencia como una capacidad que se desarrolla relacionalmente a través de la interacción entre la persona y su entorno, debemos considerar que depende de factores genéticos, adquiridos y acontecimientos posibles tal como dimos a entender arriba.
En consecuencia la resiliencia, esa capacidad de volverse a levantar después de las caídas o de hacer de un tropiezo un paso de danza, es un proceso dinámico, de adaptación positiva y activa en contextos de adversidad. Está sustentado sobre un vínculo fundante con un otro significativo (por ejemplo un mentor, un amigo, alguien que ejerza una figura parental) que facilita el desarrollo de los denominados pilares de la resiliencia: La toma de conciencia, la independencia, el desarrollo de relaciones satisfactorias con los demás, la capacidad de elegir compañeros con buena salud mental, la iniciativa, la creatividad, el humor, y la ética.
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