Lo que sí hay es un vínculo tóxico del cual hay que salir para poder sanar. Decir “lo amo mucho”, “nos amamos”, constituye una visión cosmética del vínculo, en donde hay un maltrato de base.
Lleva mucho tiempo acompañar a una víctima de abuso para que entienda que no fue abusada, porque no tenía una buena autoestima. Por amar demasiado, por ser codependiente o por falta de amor propio. La víctima, fue abusada porque una persona abusiva quiso aprovecharse de ella. La única verdad científica es que el damnificado es inocente del engaño, de la manipulación y del mal que otro individuo le hizo. Nada hay que justifique la destrucción y el atropello en manos de un psicópata integrado.
A nadie se le ocurriría preguntarle a una persona que fue sorprendida por un motochorro qué tuvo que ver en eso que le pasó cuando lo arrastraron varias cuadras porque no se le desprendía la mochila que colgaba de su espalda.
Una vez que la víctima acepta su inocencia y que el abuso y el maltrato no fueron su culpa; sino del abusador, recién ahí podrá trabajar de manera adecuada en su autoconocimiento y aceptación.
Poder reconocer nuestras vulnerabilidades nos hace más fuertes y menos manipulables.
Siempre tendremos grietas por donde seremos permeables a que un manipulador entre. Pero al reconocer nuestros miedos más profundos y nuestros deseos más atesorados, seremos mucho más fuertes en visibilizar nuestros límites y aprender a decir que NO cuando alguien avance sobre ellos.
No vinimos al mundo para complacer a los demás.
En ese momento en donde se es “eso que el otro quiere”, nos olvidamos de nosotros como sujetos. Nos olvidamos de lo que nosotros queremos y del autocuidado. Nos convencemos de que somos complacientes porque esa fue nuestra voluntad, cuando no fue así. Porque lo hacemos para “que nos elijan”, para que “se queden con nosotros”. Entonces por un instante volvemos a ser esos niños que lo único que deseaban era ser amados y aceptados ante la mirada de sus padres; muchas veces haciendo lo que sea para ser obedientes y cumplir con el reglamento de un hogar rígido en donde no había límites; sino un estatuto que si se cumplía seríamos aceptados, de lo contrario seríamos los raros… el chivo expiatorio.
En la edad adulta, esto se reedita cuando la persona va moviendo sus límites, aceptando cualquier cosa para complacer a los demás. A eso le llamamos “contentar a los padres”. Queriendo ser lo que el otro quiere, completando al otro.
Recordemos que vinimos a este mundo para hacer algo único. Lo que sea; pero de manera amorosa y sagrada.
Si podemos concebirnos de este modo, entonces nuestras acciones tendrán importancia y entenderemos que no es lo mismo pasarla bien que pasarla mal. No es lo mismo quejarnos de nuestra desgracia que preguntarnos: “¿Para qué me puede estar ocurriendo esto?”.
Este punto de vista puede modificar sustancialmente nuestra calidad de vida.
Podemos darle un sentido a nuestra esencia y alimentarla para que se luzca en lugar de seguir errantes por la vida sin ver cuáles son nuestros límites, y luego que otros puedan avanzar sobre ellos porque pensamos: “Total: ¿ quién soy yo?”
En la medida en que sigamos pensando que no somos suficiente. Que no somos lo suficientemente buenos, estaremos esperando que otro, más “inteligente, bueno, autosuficiente, poderoso o valioso” nos venga a salvar.
Por eso el trabajo implica el poder ser más amorosos con nosotros para decirnos ante nuestros errores: “te equivocas como todos y ya.” “No busques un salvador a quien seguir”. “Busca qué hay allí, en eso que te está sucediendo.”
Hay tres pilares para poder acceder adentro de uno y hacer este trabajo de recuperación:
1-Paciencia
2-Confianza en el plan de la vida
3-La certeza de que todo ocurre para bien.
“Hay que morir a la vida que traíamos para poder abrirnos a la vida que nos espera” escuché decir a la Lic. Inés Olivero.
Cuando la persona logra trabajar a fondo en su autoestima, hay situaciones que se resuelven naturalmente. Pero mientras no haya una base sólida, la fantasía de lo imposible, de lo deseado, de lo esperado socialmente, nos tortura.
Y la verdad es que de lo único que hay que ocuparse es de amarse en cada detalle de cada día de nuestra vida. Y amarnos de la manera más sencilla y cálida posible.
Somos seres sagrados. Lo somos aunque nadie nos enseñó que lo éramos.
Empezar a trabajar en nosotros mismos eludiendo el fantasma de la minusvalía, el sentimiento de inadecuación el sentirnos diferentes ante la importancia que los demás nos puedan dar o que nosotros les otorgamos. Comenzar a trabajar con nuestra autoestima, con el respeto por la vida y los talentos que cada uno tiene es el camino de la recuperación.
La trampa es la ilusión. Desilusionarse es un paso importante porque la ilusión es falsa. La realidad es mucho más simple y tranquila que el fuego interno que quiere desbordarse en una experiencia con un psicópata adaptado. Es la ilusión de pretender hacer el amor en la boca del volcán en lugar de estar más tranquilo.
No hablamos de sanación debido a que la huella que nos enfermó es mucho más poderosa que la que vamos trazando día a día. Aunque estando en estado de alerta constante, podremos lograr una vida mucho más satisfactoria. Pero este, es un tema que trataremos mucho más adelante.
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