El narcisista es un pobre que se muestra rico y el codependiente es un rico que se siente pobre.
Empatía es la capacidad de ponernos en los zapatos del otro. Se trata de comprender las emociones, sentimientos, pensamientos y acciones que nos expresa otra persona. La verdadera empatía implica no juzgar a la otra persona, evitar llevarnos su historia a algo autorreferencial, es decir al terreno de nuestras propias vivencias; sino comprender lo que el otro está sintiendo. Empatía no se trata de identificarse ni de dar consejos o interpretaciones.
La otra persona busca sentirse comprendida y escuchada, no busca una solución que provenga del resultado de nuestros consejos. Si la otra persona tiene interés en conocer nuestra opinión, nos lo va a preguntar y le servirán herramientas que a alguien le hayan funcionado en una situación similar a la que esté atravesando. En el caso de vernos tentados a opinar es importante preguntar: “¿te puedo dar mi opinión?” Dejando bien en claro que es nuestra humilde manera de ver las cosas desde nuestro lugar.
La empatía es una capacidad indispensable para comunicarnos de manera asertiva.
El “trastorno por exceso de empatía” existe y puede deteriorar nuestras vidas y traernos problemas en diferentes áreas.
Imagínense trazar una línea y marcar un punto medio que signifique una empatía sana: Una empatía natural, una empatía que todos necesitamos desarrollar de manera consciente.
Hacia la derecha, alejándonos del punto medio vamos a imaginarnos el exceso de empatía: en donde el individuo termina olvidándose por completo de sí mismo, a veces de su salud, quedándose sin tiempo, dándole ayuda a quien no la merece, inclusive a quien no la necesita y aunque no se la pidan, quedando completamente desdibujado. El trabajo en terapia será acompañar a la persona a la posición del centro nuevamente para que pueda poseer una empatía sana, sin la adicción a ayudar a quienes no se lo piden ni a quienes él no desea brindar su ayuda. ¿Qué sucede a la izquierda de la línea? Si hacia la derecha, bien al extremo, representa la enfermedad por exceso de empatía; hacia el otro extremo, alejándonos del sentir una empatía natural, bien a la izquierda se encuentra la Psicopatía: aquella persona carente absolutamente de empatía que no repara en medios para conseguir satisfacer sus necesidades especiales.
En este extremo, que representa un grado 100 de falta de empatía, a medida que nos alejamos de ese punto en dirección al punto central de “empatía sana”, nos vamos a encontrar con muchísimas personas que tienen distintos niveles de déficit de empatía, un espectro de personas que son esencialmente así y otras que al menos con nosotros están siendo así.
Recordemos que somos seres multidimensionales y un mismo sujeto puede poseer un costado muy empático y una parte totalmente carente de empatía, entre otras facetas. Entonces podríamos estar vinculándonos con alguien que puede ser una buena persona y sin embargo por incapacidad de alguna de las partes se despierta el lado psicopático que el otro posee; en donde el que carece de empatía no va poder ofrecer una relación de reciprocidad. Por eso es importante el equilibrio entre el dar y el recibir en todos los vínculos para no fabricar el que el otro nos brinde, en lugar de lo mejor de sí, su parte psicopática.
El amor sin límites es un amor abusivo. Y si no ponemos límites sanadores, a veces con roces necesarios, estaremos siendo corresponsables de que el otro nos use. Y si nos convertimos en un “objeto” es porque el otro se estará vinculando desde su lado depredador. Las personalidades narcisistas y la codependencia se encuentran a lo largo de todo este espectro y tarde o temprano despiertan a la realidad de que si uno no sabe amar, tiene o vínculos desgraciados o una profunda soledad con ausencia de vínculos. Es frecuente ver a las víctimas de los narcisistas patológicos consumidas en sus propios cuerpos y condenadas a no tener otros pensamientos más que el rumiar permanente sobre su depredador, desde que abre los ojos hasta que logra conciliar el sueño luego del insomnio, adictos al manipulador que funciona “casualmente” como un narcótico.
A veces, creemos que amamos a alguien cuando en realidad estamos siendo adictos.
Tal como venimos tratando en esta columna, el narcisista no se hace cargo de sus actos. Por eso no pide disculpas y no mide el daño que está provocando, con el plus de que se va a ocupar de hacer el trabajo de invertir los roles para poder culpabilizar siempre al otro. En grados muy patológicos, nos encontraremos con el manipulador que disfruta de la crueldad. En grados más intermedios observaremos personalidades que ni siquiera son capaces de advertir su crueldad e invertirán la culpa.
Repasemos pues, dos características a tener presentes de estas personalidades dañinas son:
- El utilitarismo: las personas para ellos son meros objetos que están ahí para satisfacer sus necesidades especiales. Las usan. De modo que si las dañan no les importa. Objetos para usar y descartar. Y no les importa en absoluto ni siquiera agradecer lo recibido debido a que al haber falta de empatía hay una falta de gratitud.
- La personalidad narcisista es por definición manipuladora: “si el otro es un objeto, está ahí para que Yo lo use cuando lo deseo y encima es un objeto descartable”. Los manipuladores patológicos usan al otro sin que se dé cuenta y lo usan para su beneficio personal. En general no nos damos cuenta de que estamos siendo manipulados por un narcisista hasta que ya es demasiado tarde y nos vemos metidos en medio de un laberinto.
Y sabemos que de un laberinto se sale por arriba.
Estemos atentos a cuando somos usados y manipulados para no alimentar la dimensión depredadora del otro con excesos de empatía y amabilidad ya que la paciencia se debería terminar cuando comienzan los abusos.
“El manipulador patológico no se hace cargo y el empático patológico lo justifica”. (Virginia Gawl)
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