“Hacer que nazca un niño no basta, también hay que traerlo al mundo”. Boris Cyrulnik.
Los padres suficientemente buenos generan un estilo de apego seguro que va a resultar a medida que sus hijos vayan creciendo, en una sensación de bienestar, autoconfianza, habilidades cognitivas y buenos vínculos sociales.
¿Pero qué ocurre cuando un narcisista se convierte en padre? Existe una tendencia a suponer que tanto un padre como una madre siempre van a desear el bien para sus hijos, los van a amar, y velarán por su felicidad. Con los padres narcisistas esto no sucede debido a que un narcisista patológico no tiene la capacidad de amar. Ni siquiera a sus propios hijos.
Son padres que les proporcionarán a sus hijos un estilo de apego desorganizado que traerá diversos síntomas, graves consecuencias y secuelas de por vida.
No es fácil darse cuenta quién es un padre manipulador, ya que manipular no es sinónimo de ser un manipulador patológico. Todos los padres pueden llegar a ejercer la manipulación en algún momento para obtener beneficios o influenciar a sus hijos, y eso es muy diferente a ser un progenitor manipulador que intenta denigrar, explotar o destruir a su progenie. Por otro lado, es parte de la vida de relación que aparezcan enojos, exigencias, alguna descalificación y hasta comparaciones; pero acá estamos hablando de padres o madres que envidian a sus hijos y que van a ir destruyendo cualquier posibilidad de felicidad en sus vidas.
Estos padres tienen relaciones de utilitarismo y explotación con otras personas, y los hijos no son la excepción porque, en vez de ser amados, son usados.
Como los narcisistas necesitan alimentar la imagen fantaseada y grandiosa que tienen de sí mismos, los hijos son como una suerte de séquito o club de fans. Estos padres pretenden que sus hijos sean una extensión de ellos mismos y que realicen sus deseos frustrados y sueños incumplidos.
Si los hijos respetan el reglamento que estos padres narcisistas establecen, pasan a ser maravillosos; pero cuando no lo hacen son una amenaza dado que en estas familias no hay lugar para el criterio individual.
Estos hijos intentan hacer absolutamente todo lo que está a su alcance y mucho más para ganarse el amor de ese padre o esa madre narcisista, pero nada es suficiente.
Jamás alcanzará todo el esfuerzo que hagan para contentar a un progenitor narcisista.
Para un hijo el mayor triunfo es el afecto de sus padres; pero en este caso será imposible de conseguir. Se convertirá en una carrera eterna, terrible, frustrante y desgastante.
Si hay más de un hijo, van a propiciar la dinámica del Niño Dorado y El Chivo Expiatorio. El “Golden Child” llevará la carga de llenar las expectativas, mientras que el otro será la oveja negra, hijos que crecerán con la autoestima dañada. Sufrirán el ciclo de abuso narcisista y todas las técnicas que vimos en notas anteriores: gaslighting, triangulación, tratamiento silencioso, reforzamiento intermitente, etc. Es así como sus focos rojos y sistema de alarmas quedarán averiados hasta perder la posibilidad de ponerles límites a los narcisistas patológicos.
Bajarán sus defensas hasta la edad adulta. Convirtiéndose en personas vulnerables, propensas a entablar vínculos con gente abusiva. Suelen ser altamente empáticos, co-dependientes y fácil de hacerlos sentir culpables.
Los padres narcisistas invaden la intimidad de sus hijos, se meten en todos sus asuntos sin respetar los espacios y los tiempos de nadie. Suelen practicar el “juego de la piedad” mostrándose como las víctimas de sus víctimas.
Las consecuencias de crecer con padres con estas características son:
-Propensión a la ansiedad y la depresión.
-Desarrollar algún trastorno de la personalidad.
-Estrés postraumático complejo (crónico y permanente, debido a la larga exposición al maltrato).
-Alteraciones en la regulación de impulsos afectivos como la rabia y el miedo.
-Pueden tener impulsos autodestructivos como adicciones.
-Alteraciones en la atención y concentración.
-Episodios disociativos.
-Culpa intensa y constante.
-Vergüenza.
-Alteraciones de la percepción del maltratador.
-Malas relaciones interpersonales (debido a que les cuesta confiar en otros).
-Sensación de vulnerabilidad.
-Pérdida del sentido de la vida y angustia.
-Somatización y otros problemas médicos.
Como dice Boris Cyrulnik: “Las heridas infantiles no son un destino” y hay salida para todo esto.
Entendiendo que ya pasó, ya no vives con ellos. Volviendo al aquí y al ahora. Sabiendo que estás a salvo. Ya no eres ese niño que tenía que someterse. Ahora te cuidas a ti mismo. Sabiendo que sos una persona saludable y constructiva.
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